jueves, 19 de marzo de 2009

MI VIAJE HACIA EL SUR

28 de febrero de 2009. Emprendimos con Nora nuestras vacaciones. Más allá de la buena oportunidad para el descanso en la intimidad de mi pensamiento la idea era concretar la obtención de un arrayán cuando llegáramos a Villa La Angostura.
En la primera parte del viaje se sucedieron Las Grutas en Río Negro y Puerto Pirámide en Chubut. En la primera fuimos a los olivares que se encuentran más al sur en todo el mundo, mi intención era conseguir algún plantin de olivo, no había y eso constituyo una pequeña frustración. En Península Valdez, con su tierra semiárida y su escasa vegetación no hizo que me distrajera en otra cosa que no fuera el observar a cuánto animal vivo estuviera al alcance de mis ojos y de mi cámara fotográfica. Pero faltaba mucho en este viaje y la emprendimos saliendo para Gaiman donde nuestra gula pudo más e hizo que compartiéramos el único té galés de nuestras vacaciones. Fue en una casa de ambientes cálidos, con recuerdos atesorados durante generaciones y muchas plantas que hacían que extrañara a las mías. De alli al dique Florentino Ameghino, pleno de colores contrastantes y de una belleza escondida muy pocas veces vista. La ruta 25 en busca de Trevelin nos llevo por caminos de paisajes espléndidos, cambiantes a cada minuto por la luz del sol. Recorrer y contemplar la zona de Los Altares es una hermosa experiencia mientras se maneja, no hay que distraerse, claro! es peligroso.
Caía la noche cuando pasamos por El Bolsón y más noche aún cuando llegamos a Trevelin, lo cual hacía que no pudiéramos contemplar su paisaje entre las montañas. Eso quedó para el otro día.
Organizamos nuestros paseos por la zona y nos dimos cuenta que teníamos alli más días que los planeados. La posibilidad de llegar a Villa La Angostura se debilitaba y mi pregunta era: podré conseguir lo que vine a buscar?
Este interrogante ya por la tarde tendría una respuesta al visitar el Museo del Malacara, al entrar nos recibió Clery Evans, nieta de uno de los fundadores del pueblo, mientra hablábamos nos detuvimos bajo dos robles europeos, las semillas en el suelo y en dos pajareras de madera en forma de casita puestas para que los niños visitantes las recojieran mientras pedían un deseo por cada una de ellas. La tentación fue grande y no dude en pedirle permiso a Clery para agarrar algunas semillas explicándole para que eran. No le gustó que le dijera que eran para bonsai pero creo que mi explicación le satisfizo un poco y la tranquilizó. Clery mostró que en su sangre está el impetú galés contándonos la historia del Malacara, el caballo que salvó a su abuelo de una muerte casi segura a mano de los indios araucanos. Hizo la historia atrayente y en el tiempo que estuvimos allí disfrutamos de su calidez y de su aguerrido espiritú casi indomable. Compré su libro -más adelante sabrán el por qué de esta mención- y nos fuimos no sin antes tomar algunas semillas más.
Al día siguiente me di cuenta que no nos había firmado el libro. Así que después de los paseos de rigor y de haber pasado por el Museo de Trevelin volvimos al Malacara. No solo firmó el libro con dedicatoria incluida sino que me obsequió un puñado de semillas estratificadas y germinadas de roble. El viaje empezaba a tener sentido para lo que había venido a buscar!
Todo pueblo tiene algún o algunos viveros más o menos cerca. El de Trevelin estaba sobre la ruta, entrando o saliendo del pueblo, claro según de donde se venga y se lo mire y hacia allá fuimos con la esperanza de conseguir el deseado arrayán sureño.
Y no fue sólo un arrayán, sino dos: uno más crecido de unos 30-40cm de altura, para conservarlo y hacer esquejes, el otro un plantín pequeño que merecerá mi antención para transformarlo en bonsai y esto solo ya no alcanzaba, la dueña del lugar, no solo es viverista sino que también se dedica al arte del bonsai asi que eligió para mi un rauli, un coihue, un maqui y un ñire.
6 especies, semillas de roble europeo germinadas y otras recién recogidas. Todo empezaba a estar en su lugar.
Faltaba El Bolsón antes de nuestro regreso. En su feria compré unas semillas de cerezos negros y cerezos comunes (con éstas veremos que pasa). En ningún momento busqué semillas que estuvieran en el suelo, menos en los parques nacionales que visitamos. Con lo que llevaba me alcanzaba y estaba plenamente satisfecho.
Las macetas las envolvimos con bolsas anudadas con lo cual conservaban la humedad. Resisitieron estar asi casi una semana y viajar de Trevelin a El Bolsón donde las volví a sacar del auto y luego de El Bolsón a Santa Rosa para pasar la noche y de allí a Capital, recién cuando llegamos a casa las saqué del auto y las desembolsé, en esos días solo tuvieron un riego y se comportaron muy bien.
En estos momentos las estoy aclimatando a su nuevo hogar. Riego poco pero diario, mucha luz pero sin sol pleno y directo y en estos días voy a ponerlas en macetas de crecimiento.
Este viaje al sur no sólo fue placentero sino que también fue iniciático en muchos sentidos, especialmente los referidos al bonsai.

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